Claudia Duclaud habló con SinEmbargo sobre su debut literario: La hija del fotógrafo, una historia que rompe con los estereotipos que se imponen dentro de una familia.
Ciudad de México, 1 de enero (SinEmbargo).– Claudia Duclaud ha debutado con su primera novela, La hija del fotógrafo (Harper Collins), una historia contada en dos tiempos a través de la historia de Matilde y su hija Julia, en donde se da un recambio generacional que rompe con los estereotipos existentes en el seno de una familia de fotógrafos de la Ciudad de México.
“Julia hereda todas estas cosas negativas como las frustraciones, los temores y los prejuicios de las mujeres de su familia. A pesar de ser una familia integrada principalmente por mujeres, son mujeres profundamente machistas y transmiten a Julia todo este machismo. Pero también hereda lo bueno, hereda la fortaleza, mucha valentía y mucha rebeldía. Ella toma esta valentía para enfrentarse, decir ‘por allá no voy’ y desafía a esa sociedad que le ofrece un futuro en el que ella no está interesada”, comentó en entrevista con SinEmbargo la autora.
Duclaud comienza la narración dando cuenta de la historia de cómo se conocen Matilde, la hija del fotógrafo, y Juan, un rebelde. Pese a todos los obstáculos que la familia de Matilde le impone a esta relación, al final ambos pueden ver la luz al final del túnel y darle forma a su romance, del cual nacerá Julia, una joven con un carácter fuerte y decidido que le hace frente a las afrentas con las que tiene que lidiar en la historia.
Julia al nacer dentro de esta familia de fotógrafos ve sus empeños “contraponerse a las rígidas expectativas paternas y al estricto ambiente de una sociedad minada por los prejuicios, el machismo y el fanatismo religioso”, refiere la reseña.
Julia, así, se casa muy joven y sin estar enamorada. Muy pronto tendrá que afrontar una infidelidad con su jefe que le complica su vida. Luego, de algunos tropiezos encuentra algo un propósito personal y estabilidad emocional al descubrir "que, a veces, lo único que logra sacarnos del infierno es una segunda oportunidad".
Es así que la autora comentó que con el personaje de Julia se dio cuenta de que podía echar por los suelos un mito que tenemos arraigado como sociedad, el de la Caperucita, “a la que le dicen que debe irse por un camino y si se sale, la va a comer el lobo”.
“Hay una amenaza. Si la Caperuza se quiere salir a perseguir una mariposa o tomar una siesta, ya está haciendo algo malo aunque no es malo. Le advirtieron que se la va a comer el lobo. Viene la figura masculina que es el lobo que se arroja el derecho de violentarla por haberse apartado del que le dijeron que era su camino. Eso a Julia le hace mucho choque y dice que no, que se puede ir por donde ella quiera y no le da derecho a nadie de venirla a violentar. Vive temas de mucho rechazo y segregación, la ven mal por casarse, por divorciarse, por vivir en unión libre, por irse con las roomies. A ella le vale. Va buscando su propio camino y tira por los suelos que si se sale, se merece que la coma el lobo. No, es: me salgo y nadie puede venir a violentarme”, refirió.
Para Claudia Duclaud, La hija del fotógrafo pretende exhibir los estereotipos que les son impuestos tanto a hombres como a mujeres. “Desde que nacemos nos dicen cómo debe ser un hombre y una mujer, y no hay que apartarse hasta que vienen estos personajes rebeldes que no van por allí”, expresó.
***
—Uno de los aspectos que más resaltan es la manera en que transitas de Matilde a Julia y cómo se da el quiebre generacional. ¿Es Julia el antes y después en esta familia de la que das cuenta?
—Sí, Julia puede ser el antes y después. El lector va pasando por todo este recorrido generacional de mujeres que están muy apegadas a las normas sociales, morales y hasta religiosas. Es Matilde la que primero se medio anima a romperlas, pero no lo consigue, nos quedamos todavía del otro lado. Es Julia la que da el jaloncito extra a la cuerda y personifica ese parteaguas.
—Julia menciona el peso de ser un primogénito, pero continúa la veta que empieza abrir su madre.
—Julia hereda todas estas cosas negativas como las frustraciones, los temores y los prejuicios de las mujeres de su familia. A pesar de ser una familia integrada principalmente por mujeres, son mujeres profundamente machistas y transmiten a Julia todo este machismo. Pero también hereda lo bueno, hereda la fortaleza, mucha valentía y mucha rebeldía. Ella toma esta valentía para enfrentarse, decir ‘por allá no voy’ y desafía a esa sociedad que le ofrece un futuro en el que ella no está interesada.
—Otro de los aspectos nodales de tu texto es el de las apariencias. Siempre están presentes los prejuicios de los personajes, por ejemplo, Juana y el tío Gabriel. ¿Construiste esta atmósfera con alguna intención?
—Sí, La hija del fotógrafo es una exhibición de estereotipos. Julia nos va haciendo una serie de fotos Polaroid de un álbum familiar en el que nos va retratando a cada personaje con sus claroscuros. No siempre los agarra con su mejor sonrisa y mejor pose, a veces salen medio feos, pero porque así son. Julia los retrata tal y como son. Hay personajes que dan una imagen, pero en el fondo traen otra cosa. La hija del fotógrafo pretende exhibir todos estos estereotipos que nos son impuestos tanto a hombres como a mujeres. Desde que nacemos nos dicen cómo debe ser un hombre y una mujer, y no hay que apartarse hasta que vienen estos personajes rebeldes que no van por allí.
—Las descripciones que haces de las circunstancias sobre las atmósferas son como a través de un lente. ¿Ese es el punto más fuerte de tu novela?
—No lo sé, eso dependerá de lo que opine el lector. Lo que intenté hacer fue un paralelismo porque yo vengo también, al igual que Julia, de una familia de fotógrafos. Mi familia es pionera en el negocio de la fotografía en México desde finales del siglo XIX. El personaje del bisabuelo de Julia se dedica durante toda su vida a tomar fotos. La novela va mostrando la evolución de las cámaras de esa época en que sólo se podían tomar fotos de día porque se aprovechaba la luz del sol, después vienen los flashes de explosión hasta los electrónicos y elementos más sofisticados, y luego viene el declive. Julia hace lo mismo en un paralelismo con su familia. Se dedica a mostrarle al lector todas estas instantáneas tanto de la ciudad –los barrios y colonias de la Ciudad de México– como de la sociedad, de los hombres y las mujeres de su tiempo.
—¿Cómo es la construcción del texto a partir de tus anécdotas y de las que escuchas?
Tuve que tomar mis propias vivencias y experiencias como un punto de partida. De hecho también tomé la estructura de mi propia familia como un modelo para replicarlo tal cual. Vengo de una familia de puras tías mujeres. Me llamó la atención esa coincidencia para explotar esa idea de los hombres de que tenían que tener un hijo hombre porque si no eran criticados o se burlaban sus amigos, porque solo los machos engendran machos. Creí que podía explotar esa estructura de mi familia para replicarlo en la novela y lo tomé como punto de partida, pero no es una autobiografía ni historia familiar, aunque hay vivencias que vi o me contaba mi abuela. Las iba acoplando a los personajes que son una mezcla de diferentes vivencias de muchas personajes reales.
—Lo que es un reflejo fiel es la vida de la Ciudad de México de los 70 a la actualidad a partir del aspecto fotográfico. ¿Ha cambiado mucho la ciudad o se mantiene la esencia?
—Nací en la Ciudad de México y es donde he vivido siempre, me parece una de las ciudades más bonitas del mundo, la amo. No la podía dejar fuera de la foto. Me da gusto que comentes que se logró esta ambientación por épocas desde principios del siglo pasado, los 40-50. Me valgo de las descripciones de la moda, de los modelos de coches, colonias y actividades que estaban de moda en la época como ir al Hipódromo o los cafés en la Zona Rosa. Me valí de estos recuerdos, cosas que me platicaban o que veía en las películas para ambientar los diferentes momentos de la novela.
—¿También recurriste a alguna investigación de época para situar la novela o solo te basate en recuerdos?
—Sí, un poco de las dos. A veces tienes vacíos que debes de llenar sobre cosas que no viví ni me contaron, y había que investigarlo. Hay un pasaje donde el personaje se cae en un socavón que se abre en la Catedral. Esto pasó hace tanto tiempo que se documentó solo en un diario de la época, fue una noticia muy poco sonada porque la única víctima fue ese niño que yo conozco de manera personal. Hoy es un hombre mayor y me cuenta cómo se cayó en el socavón, cómo lo sacaron. Al investigar no encontraba nada, no hay registros de eso, pero sé que pasó. Recurres a la hemeroteca, a internet y vas encontrando detalles que a lo mejor no estabas buscando, pero que también sirven.
—Julia es un personaje fascinante porque rompe con lo que se espera de ella como hija mayor, como mujer e incluso como madre. ¿Qué objetivos hay en la construcción de este personaje?
—A medida que avanzaba con la narración, me di cuenta de que podía echar por los suelos un mito que tenemos arraigado como sociedad y me valí de Julia para hacerlo. Le pondría el nombre de Caperucita a este mito. A la Caperucita le dicen que debe irse por un camino y si se sale, la va a comer el lobo. Hay una amenaza. Si la Caperuza se quiere salir a perseguir una mariposa o tomar una siesta, ya está haciendo algo malo aunque no es malo. Le advirtieron que se la va a comer el lobo. Viene la figura masculina que es el lobo que se arroja el derecho de violentarla por haberse apartado del que le dijeron que era su camino. Eso a Julia le hace mucho choque y dice que no, que se puede ir por donde ella quiera y no le da derecho a nadie de venirla a violentar. Vive temas de mucho rechazo y segregación, la ven mal por casarse, por divorciarse, por vivir en unión libre, por irse con las roomies. A ella le vale. Va buscando su propio camino y tira por los suelos que si se sale, se merece que la coma el lobo. No, es: me salgo y nadie puede venir a violentarme.
—Por último Claudia, ¿crees que la sabiduría popular aún tenga ese arraigo que refleja la novela?
—Espero que sí, porque es muy bonita. Como lo comento en la novela, es una combinación de superstición con tradiciones y se refleja hasta en la manera de hablar de la abuelita, y al rato se descubre Julia hablando como su abuela. Ya lo traía inculcado. Acabamos siendo fragmentos de todo lo que nos antecedió.